Empezar

El ojo mecánico:
antecedentes históricos

Una de las cosas que se decían de la fotografía en sus comienzos era que la imagen no es producto del trabajo del fotógrafo sino que es el propio mundo el que se dibuja a sí mismo sobre el papel. Y algo de eso hay. Las grandes decisiones ya han sido tomadas antes de apretar el disparador: la forma de mirar el mundo ha sido elaborada durante más de quinientos años hasta quedar encarnada en las lentes del objetivo fotográfico, y el registro químico o electrónico de las imágenes que proyecta tiene más fiabilidad, más precisión, más nitidez que la propia visión humana.

En la década de 1870 Eadweard Muybridge se empeñó en fotografiar Occidente al galope. Occidente, el caballo más rápido de los Estados Unidos, ¿acaso tiene, al galope, en algún momento, las cuatro patas en el aire? Hasta entonces no había respuesta definitiva. Muybridge desarrolló la técnica necesaria — una emulsión fotográfica suficientemente sensible para captar imágenes instantáneas y un ingenioso sistema de obturación de varias cámaras en secuencia — y obtuvo las primeras imágenes fotográficas de un caballo al galope que permitieron contestar inequívocamente la pregunta. Pero Muybridge no se conformó: siguió fotografiando y siguió investigando en las secuencias de imágenes de animales y personas en movimiento, imágenes que serían referencia inevitable para generaciones de artistas posteriores. Y para cerrar el círculo, inventó el zoopraxiscopio, el primer proyector cinematográfico, con el que al mostrar sobre una pantalla sus secuencias de imágenes a gran velocidad recreaba el movimiento que había desarticulado.

En la época de Muybridge las fotografías eran una novedad en sí mismas. Hoy en día vivimos en un mundo inundado de imágenes donde parece que todo ha sido ya visto, fotografiado, filmado, escaneado; desde todos los ángulos, de todas las formas posibles. Desde el microscopio electrónico de barrido hasta el telescopio espacial Hubble, de las imágenes estroboscópicas de Edgerton a las cámaras de seguridad que pueblan las ciudades y las carreteras, nada escapa ya a la mirada del ojo mecánico. Y más, porque la técnica se ha simplificado tanto que ya somos todos fotógrafos, y el mundo de las imágenes, un verdadero panóptico, es casi más sólido que el mundo real.

Ante esta situación, ¿por qué seguir fotografiando? ¿Qué fotografías podemos todavía necesitar? Esta pregunta, que se hacía Susan Sontag en su célebre ensayo sobre la fotografía en la década de los setenta, antes del diluvio, resulta cada vez más pertinente. ¿Qué llevó a Muybridge a seguir fotografiando después de haber obtenido la imagen de Occidente en el aire? Lo que Muybridge buscaba no se encuentra en esa imagen, ni en ninguna de las imágenes de la secuencia; lo que buscaba no está en la imagen sino fuera, precisamente en el espacio que hay entre las imágenes. Lo que cuenta no es lo que se ve en ellas, sino precisamente lo que no se ve. Lo que creíamos real no es más que su fantasma, y las fotografías son sólo el punto de partida para ir a otro sitio, para contar una historia, para hacer literatura. Y así podemos seguir fotografiando a pesar de que todo ha sido ya fotografiado.