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El museo del siglo XX

Hay un museo en el centro de Manhattan que fue dirigiendo el desarrollo del arte contemporáneo en el siglo pasado con mano de hierro. Últimamente había quedado un poco trasnochado, sobrepasado por otros museos en edificios grandiosos que organizan exposiciones de motocicletas. Así las cosas, el museo decidió reformar el edificio y volver a ser el mejor museo del mundo (según el único criterio objetivo que hay: el precio de la entrada, veinte dólares del ala). La parte más polémica del museo es, sin duda, su departamento de diseño, en el que se puede ver un Pininfarina, el álabe de la turbina de un reactor, el bolígrafo bic (bic cristal, uno rojo y otro azul, ligeramente gastados), los carteles del metro de Nueva York, los letreros anunciadores de los vuelos en los aeropuertos (los que dan vueltas, una de las últimas adquisiciones), tres esponjas de baño de colores... En medio de esas salas de exposición se encuentra una vitrina con las joyas del departamento (según el único criterio objetivo que hay: es la única que tiene un largo texto explicativo de su contenido). En esa vitrina se encuentran un montón de recipientes y, según el texto explicativo antes mencionado, constituyen una celebración del diseño de los pitorros en el siglo XX. Y ni un solo botijo.

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