El mundo está vacío
El mundo está lleno
El mundo es relleno
Relleno de espejos
-- Matías Ávalos
Los tiempos felices
Aquiles, el de los pies ligeros, con los ojos centelleantes como encendida llama y el corazón traspasado por insoportable dolor, cubierto el pecho con una coraza más reluciente que el resplandor del fuego, las piernas con elegantes grebas ajustadas con broches de plata, la cabeza con un fornido yelmo que brilla como un astro, armado con la pesada lanza que sólo él puede manejar, aquella que Quirón regalara a su padre, y con un escudo cuyo resplandor parece desde lejos el de la luna, fabricado por el dios Hefesto, en el que labró la tierra, el cielo y el mar, el infatigable sol y la luna llena, así como todos los astros que coronan el firmamento, ciudades, bodas, festines, pleitos, ejércitos, emboscadas, batallas, campos fértiles, hermosas viñas, rebaños de vacas y de corderos, danzas, y la poderosa corriente del río Océano, montado en un carro que tiran los caballos de su padre, Janto y Balio, tan veloces como el soplo del Céfiro, se abalanza sobre los troyanos. Zenón de Elea menea la cabeza y murmura: impetuoso Aquiles, por mucho que corras no alcanzarás a una lenta tortuga; aunque fueras capaz de llegar a donde ella está ahora, la tortuga habrá avanzado una distancia, y aunque recorrieras esta nueva distancia, ya se habrá desplazado más lejos todavía, y así sucesivamente hasta el infinito.
Poco después Platón nos cuenta una historia de terror: todos somos esclavos encadenados en una cueva de espaldas al mundo real del que sólo vemos sus sombras proyectadas en la pared de la caverna. Y aquellos que logren liberarse y acceder al exterior, si alguna vez volvieran e intentaran contarlo, serían escarnecidos y apaleados. La pregunta que queda en el aire, para aquellos que quedamos aquí encarcelados en la cueva, es si podríamos tal vez llegar a conocer el mundo real a través de sus sombras.
Arquímedes de Siracusa agarra un puñado de arena y cuenta el número de granos que necesita para rellenar el volumen de una semilla de adormidera; sigue contando los que necesitaría para rellenar una esfera del diámetro del grosor de un dedo; y la esfera del diámetro de un estadio; y los que necesitaría para llenar el volumen de la tierra hasta la altura de la montaña más alta; y los que necesitaría para rellenar el volumen de la luna, y el volumen de la esfera cuyo centro estuviera en la tierra y cuyo radio fuera la distancia a la luna; y siguiento a Aristarco de Samos, sitúa el sol en el centro del universo y cuenta los granos de arena necesarios para rellenarlo; y los que se necesitan para rellenar el espacio entre el sol y la tierra, lo que por aquel entonces se llamaba el universo; y por si fuera poco, cuenta los granos de arena necesarios para llenar toda la esfera de las estrellas fijas. Arquímedes calcula y nombra todos los números.
La edad media en Japón es un periodo de constantes guerras civiles que sirve de marco a la expansión del budismo zen. Para esta religión el mundo perceptible, material, es despreciable frente al mundo espiritual que es la única realidad, un mundo espiritual concebido como vacío. Para reflejar esta visión del mundo en la pintura los artistas optan por usar medios pobres: tinta china diluida en agua sobre papeles o sedas pequeños, pintando motivos sencillos. La parte importante de la obra, su verdadero sentido, se encuentra en el yohaku, el margen, espacio en blanco, lo que no ha sido pintado. El espacio entintado está ahí únicamente para hacer vibrar, y hacer visible, el vacío.
Paolo Uccello, pintor florentino del siglo XV, está entusiasmado con la reciente invención de la perspectiva lineal, un procedimiento que permite trasponer el mundo tridimensional en un lienzo bidimensional de tal forma que se respeten las distancias y las proporciones, e incluso se pueda realizar la operación inversa y recomponer el mundo tridimensional a partir de la imagen plana. "¡Oh, qué asunto tan dulce la perspectiva!" dice, y se pasa el día y la noche estudiando complicados poliedros y extravagantes perspectivas. El problema es que los prados le salen azules y las ciudades rojas, y en el campo de batalla, uno de los lugares más caóticos que pueda haber, las lanzas rotas, las espadas, los escudos y los cadáveres caen perfectamente ordenados en una red regular. Su amigo Donatello le dice, "Paolo, tu perspectiva te hace abandonar lo cierto por lo incierto."
Un caballo llamado Occidente avanza al galope. ¿Acaso tendrá, en algún momento, las cuatro patas en el aire? Esta pregunta obsesiona al fotógrafo inglés Eadweard Muybridge, que vive en California. Para responderla, evoluciona la técnica de revelado para obtener fotografías instantáneas e ingenia mecanismos para sincronizar la obturación de las cámaras con el movimiento. En 1872 obtiene por primera vez la fotografía de Occidente al galope; una imagen tenue, apenas visible, que ha de difundirse en forma de grabado, y con las cuatro patas en el aire. Por primera vez el hombre puede ver los detalles del movimiento del caballo. En los años siguientes Muybridge mejora su técnica y consigue atrapar el movimiento de los hombres y los animales en secuencias de fotografías. El movimiento ha sido detenido y desintegrado. Sin embargo, Muybridge no se conforma. En 1879 presenta el zoopraxiscopio, un artefacto cruce de zootropo y linterna mágica que le permite proyectar una secuencia de imágenes fotográficas sobre una pantalla; a suficiente velocidad el ojo percibe una sensación de movimiento. El movimiento detenido y desintegrado ha sido animado y reconstruído.
El primer año del siglo XX, un día por la tarde, el joven Bertrand Russell sigue pensando en el proyecto de fundamentar las matemáticas en la lógica. Mientras echa azúcar en el té, piensa en el conjunto de todas las cucharillas. También piensa en el conjunto de todas aquellas cosas que no son cucharillas. Un conjunto peculiar --se dice mientras remueve el té--, que contiene esta taza, la ventana, la belleza..., y que curiosamente se contiene a si mismo, ya que este conjunto no es, evidentemente, una cucharilla. Hay conjuntos --sigue pensando mientras saca la cucharilla y la coloca sobre el platillo--, que son normales y otros que son peculiares: los que se contienen a sí mismos como elementos. ¿Es acaso --se pregunta al levantar la taza--, el conjunto de todos los conjuntos normales un conjunto normal? Si fuera un conjunto normal tendría que ser miembro de sí mismo, por ser el conjunto de todos los conjuntos normales, y por tanto sería un conjunto peculiar. Sin embargo --observa perplejo mientras detiene la taza junto a sus labios--, si no es un conjunto normal, si fuera un conjunto peculiar, tendría que contenerse a sí mismo como elemento y, por tanto, tendría que ser uno de los conjuntos normales...
Para Piet Mondrian el mundo material es trágico y busca representar el mundo en reposo, en paz, universal. Concibe el mundo no como objetos individuales sino como relaciones, y para expresarlas reduce el lenguaje pictorico al mínimo: lineas rectas horizontales y verticales, colores puros primarios: negro, blanco, rojo, azul y amarillo. Pero no se conforma con el lenguaje pictórico: para ver este mundo nuevo se necesita un hombre nuevo, en el que su visión interior, espiritual, pueda equilibrar a la naturaleza y convertirse en un espejo de la verdad. Y tampoco esto basta. El hombre nuevo construirá también una sociedad nueva.
En 1921, Alexander Rodchenko, un joven pintor ruso, muestra en Moscú en una exposición titulada 5 x 5 = 25 una obra titulada Tríptico: color rojo puro, color amarillo puro, color azul puro. Ha ido un paso más alla llevando el lenguaje pictórico a su extremo, a su conclusión lógica: colores primaros puros en planos uniformes de color. Rodchenko afirma: "Se acabó. Colores básicos. Cada plano es un plano y no habrá representación."