El curriculum vitae es un artilugio perverso. Para un artista de reconocido prestigio resulta redundante, quizás simplemente una forma de cotilleo. Pero para uno desconocido no es más que un mecanismo para ir encasillándolo sin necesidad de tener que mirar atentamente su obra. El lugar y la fecha de nacimiento sirven para encuadrarlo en una generación y una escuela, la formación se convierte en afinidad, y poco a poco parece que uno pudiera visualizar el trabajo del artista sin tener que mirarlo.
Si lo que interesa es la formación, lo que indica es poco útil. Lo que figura en el curriculum está codificado. ¿Quién nos dice que se aprendió más en aquél taller impartido por tal o cual artista famoso que viendo las películas de Antonioni o leyendo a Faulkner o paseando por el parque? El taller figura en el curriculum pero las películas, las novelas y los paseos no.
Querido lector, si ha llegado hasta aquí merece un poco más de honestidad. Hay razones más prácticas para un curriculum tan desnudo: se puede poner en él algunas líneas que den cuenta de cursos y talleres recibidos e impartidos, algún que otro premio, tal vez alguna exposición, pero quizás nada que sea realmente importante, reconocible o significativo. En estas circunstancias he de rogar a mi querido lector que lugar de vestido de semejantes harapos permita al artista aparecer ante el mundo cubierto con una máscara de diginidad.