El sentido de la vista
El truco parece sencillo. Cuando lo conoces, Kafka salta de alegría, te abraza, ladra, menea la cola y te lame las manos. A la hora de la cena, mientras estás terminando un muslo de pollo se acerca y te mira con ojos de cordero degollado mientras se relame. Es imposible que no se te ablande el corazón, y acabas dándole las últimas raspas. Parece tu mejor amigo.
Una de las cosas que más le gustan al hijo pequeño es montar a caballito; así que, dejando las gafas en un lugar seguro, uno se pone a cuatro patas, se echa al niño a la espalda y a dar vueltas por la cocina. Ése es el momento de debilidad que ha estado esperando. Corriendo, Kafka se acerca y empieza a lamerte la cara, toda la cara, sin parar, en un momento en el que no puedes reaccionar con rapidez por miedo a tirar al niño, y te mete la lengua repetidamente por todos los orificios de la cara, por las orejas, por la boca, por la nariz, e incluso, ahora que no tienes gafas, por los ojos, los párpados, la córnea, todo...